Publicado en Pensamiento y opinión

Esperando el Sol

Son muchas las anécdotas durante un año en Perú, y ésta me he decidido a escribirla porque no quiero que se olvide esta frase: «esperando el sol». Quizás en un primer momento no tenga ningún sentido, o eso me pareció a mi, pero al comprenderlo, me dí cuenta de lo afortunado que soy por la situación social en que me encuentro y de lo poco que valoramos las cosas cotidianas de nuestra rutina.

Pues bien, resulta que eran las 17.45h cuando salía del trabajo, tarde ya para ser un viernes y resta más de una hora de viaje por una carretera peligrosa con un trafico bastante pesado y sobre todo por la noche, donde los coches y camiones circulan con luces larga o directamente sin luces. Salía ya del fundo y me adentraba en pleno desierto cuando de repente me hace señas un autoestopista de los que normalmente nunca recoges y que por aquí siempre se ven montados en la parte de atrás de algún camión con cemento o sacos de arroz. Esta vez si me detuve a recogerlo.

El tipo, de unos 30 años, llevaba unas bermudas, una camiseta de tirantes roja y cargaba con una mochila de tela vaquera. Se acercó hacia la camioneta hasta llegar a mi ventanilla, al llegar me dió las gracias por haber parado, educadamente me preguntó si iba hacia Trujillo y al confirmale la direccón que llevaba se disponía a subir a la maleta de la pick-up, cuando lo llamé para que se subiera a la cabina y le expliqué que yo no monto a nadie en la parte trasera a modo de carga.

Una vez retomamos la marcha, me volvió a dar la gracias y me explicó que se dirigía a Lima en busca de trabajo, «de lo que fuera», que «sólo sabía en lo que no quería trabajar: ni la mina, ni la pesca, ni la agricultura». No le llegué a preguntar el nombre, pero si me contó que era profesor de inglés en Colombia (resultó que era un colombiano que estaba como inmigrante ilegal), la vida le había ido mal, había tenido problemas familiares, y aunque no me quiso dar detalles, si me dijo que lo que le había llevado a salir de su país y buscar trabajo en Perú era que su vida en Colombia corría peligro.

El lugar de la carretera Panamericana donde recogí a este autoestopista está en pleno desierto a 15km del pueblo más cercano hacia el Norte, y a casi 40km al Sur, dirección donde nos dirijiamos por lo que es fácil deducir que si no lo recogía nadie, hubiera pasado la noche al raso entre dunas.

En uno de los silencios durante la marcha se quedó este hombre mirando fijamente la puesta de un gran sol anaranjado sobre el horizonte de arena, cuando de repente preguntó: «¿Tú esperas al sol?, yo siempre espero el sol». Me pilló de sorpresa y no entendí la pregunta, pero le contesté que no esperaba ningún sol, que siempre me levantaba antes de que saliera y que no dependía de ningún astro para hacer mi vida normal.

Extrañado por la pregunta, traté de averiguar por qué él tenía la necesidad de esperar el sol cada mañana y me explicó que llevaba varios meses viajando por Colombia, Ecuador, Perú… a pie, a dedo, en colectivos…, durmiendo en la calle, en bancos, en sitios de acogida… y que a veces se levantaba en la noche y echaba a caminar mientras amanecía, pero a veces tardaba demasiado, y cuando se daba cuenta había pasado toda la noche viajando y por el día ya estaba muy cansado, pero tampoco podía dormir por el sol y el ruido del tráfico. Es por eso por lo que él siempre esperaba el sol, «porque cuando no tienes reloj, tienes que esperar el sol». Fue en ese momento cuando sí entendí la pregunta de antes.

Durante el resto del viaje intenté que me hablara de su país, Colombia, de lo que le había sucedido allí para que le llevara a tomar la decisión de exiliarse, pero no me contó más que lo mismo de antes… problemas familiares y que su vida estaba amenazada. Me volvió a insistir en que su sueño ahora era poder encontrar trabajo y regularizar sus papeles. Esto me hizo desconfiar un poco, y comencé a pensar que pudiera sacar un arma y asaltarme, y más cuando empezó a rebuscar entre sus cosas para sacar una chaqueta, puesto que empezaba a refrescar pero afortunadamente quedó en nada.

Un par de silencios más entre conversaciones banales y llegamos por fin a Trujillo. Me pidió que lo dejara en algún sitio «no peligroso» cerca de una estación de autobuses, y así lo hice. Nos despedimos, pero antes le ofrecí lo que llevaba en monedas sueltas, unos 10 soles (aprox. 3Euros), aceptándolos sin dudar dando mil gracias y bendiciones.

Estoy seguro que no volveré a ver más a este individuo y no se si llegará a conseguir sus propósitos en Perú, pero si logró que por lo menos durante estos días cada vez que vea el amanecer o el atardecer me acuerde de todos aquellos no entienden de fútbol, ni de política, ni de amoríos… y sólo piensan en sobrevivir un día más de sol a sol.